Estaba en su casa en uno de esos ajetreados días de junio cuando su abuela la llamó a comer. Resignada engulló todo y al terminar se dispuso a tirarlo todo al retrete.
Entró al baño y comenzó su tarea, estaba en completo silencio cuando de pronto alguien se acercó por su espalda. Alguien que abrió la puerta del baño intempestivamente. Alguien que se quedó de piedra al verla agachada, con sus dedos dentro de la boca y la cara manchada con comida.
Era Lía, una amiga fotógrafa que había venido de vacaciones y que por error había descubierto la verdad.
Después de lavarse la cara tuvo que aguantar el regaño en susurros y subir al cuarto donde los susurros se convirtieron en tonos enojados.
¡Te estás haciendo daño! ¡No puedo creerlo! ¡Tienes que dejarlo!
Lía no dudó en plantear una manera de solucionarlo todo: ¡Debes dejar de hacerlo o llamaré a tu madre!
Eso no pasaría, jamás.
Su madre y ella no tenía una estrecha relación por lo que accedió y prometió dejarlo.
Pero Mía es tan perfecta que regresó secretamente cuando Lía no estaba informandose sobre el estado de Patricia; ella podía vomitar y así continuó por varios días pero su amiga no se conformaría con regañarla...
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